Beata Mercedes de la Santa + Cruz de 
Él-Descanso del Cielo o.m. VMRF
 10 de diciembre 1941 - +25 de junio 2017


Mercedes Celmira Pérez Quesada
Zelmira, en árabe, “la brillante”


Persona refinada, de gran erudición, artista, elocuente, amante de la Naturaleza. De vida turbulenta, convertida a La Obra de la Virgen María Reina de las Flores en sus comienzos (circa 1988). Llevando los ú
ltimos 21 años (1996-2017), una vida de oración y dominio de la lengua. Abandonó el mundo y un 15 de diciembre llegó a El Bolsón para llevar una vida de entrega, de paciencia y de amor, en silencio. Sensible y fuerte. Divertida y esencialmente, "humana amante de Dios".

Hermana Anacoreta de la Misión Virgen María Reina de las Flores.
Caballero de la Orden del Divino Corazón del Padre de los Cielos, Ejército de María.
Servidora de la Eucaristía. Miembro fundador de la Iglesia. Presencia constante en El Descanso del Cielo hasta el día en que "el viento sopló" y los llevó a los dos. 21 años de transmutación. La nevada congeló lo que pudo y el paisaje cambió. Un nuevo ciclo, un tiempo de reconstrucción. Por su intermedio pedimos por la vida en El Descanso del Cielo hasta el fin de los tiempos. La Iglesia ruega por el consuelo de sus familiares y agradece que las cenizas puedan reposar en su tierra amada. Las exequias fueron realizadas por Monseñor Claudio Páleka, Arzobispo de la Iglesia Mariavita de la Virgen María Reina de las Flores, con la presencia y participación  de La Hermandad de la Luz y fieles, el 15 de julio de 2017, a la hora 15.00. Finalizando el rito con la lectura y firma del "Acta de Nominación".
Santuario Catedral del Padre de los Cielos, Buenos Aires, San Telmo, C.A.B.A. Argentina.

Beatas


Era la denominación que se daba "a ciertas mujeres que vivían apartadas del mundo, o bien solas, o bien en beaterios, pequeñas comunidades vinculadas en ocasiones a la tercera orden franciscana.
El término, en el contexto social se aplicaba, de forma extendida, a cualquier mujer notable por su devoción y frecuentación de las iglesias; incluso a las que llevaban hábito sin pertenecer a ninguna orden religiosa. También a las monjas que realizaban alguna función para su comunidad.


Beatitud


En sentido lato se llama beatitud el bien poseído que satisface algún apetito racional del hombre. También se llama así el estado de felicidad relativo que se goza en la tierra, y a veces el reposo y la tranquilidad de la vida sin accidentes que vengan a perturbarla.

En sentido lato e impropio esta palabra puede significar, no ciertamente la exclusión de todos los contratiempos de esta vida, sino la posesión de un bien relativo, que por el momento preserva de algunos males y proporciona algunos goces. El nacimiento, la familia, la inteligencia, la salud, los bienes de fortuna, la posición social, la gloria en las empresas, &c. suelen ser motivos de beatitud temporal según el mundo. Nada tienen de sólido, y la verdadera felicidad no se encuentra ni en cada uno de ellos, ni en todos reunidos. Antes, por el contrario, muchas veces suelen servir de amargura, de inquietud y de pesadumbre, y en medio de tales goces, el corazón queda vacío.

Aun en esta vida, la única felicidad más pura y sólida que puede hallarse, es la unión con Dios por el conocimiento y el amor, en cuanto se puede adquirir en la tierra. De aquí nace la satisfacción interior, la tranquilidad de la conciencia, la paz y el gozo que más satisfacen al corazón.

Pero no es este el sentido verdadero y propio de esta palabra, sino el de felicidad completa y absoluta, posesión de todo bien sin mezcla alguna de mal. Esta felicidad solo se goza en el cielo por la posesión del sumo bien, que es Dios.
Así es, que la beatitud en sentido estricto, es la felicidad eterna que los justos disfrutan en el cielo por su unión con Dios. Baste, pues, haber dado esta definición, y expondremos con más extensión esta doctrina en el artículo Bienaventuranza.

Esta doctrina, considerada filosóficamente, prueba la excelencia y origen divino de la religión cristiana, al encontrar sus preceptos y enseñanzas en completa armonía con las exigencias y necesidades del hombre moral, y con sus incesantes aspiraciones al objeto que constituye la felicidad. Los que sigan las prescripciones de esta divina religión serán indudablemente felices, tanto en esta vida como en la futura. Por eso es profundamente verdadero el dicho de Montesquieu:

«¡Cosa notable! la religión cristiana, que parece no tiene más objeto que la felicidad de la otra vida, hace también nuestra dicha en esta.»

(Esprit. des lois, libro 24, cap. VI.)
Godofredo Ros y Biosca, Arcediano de Valencia.


 Las Bienaventuranzas


El pequeño abrió de par en par los ojos y clavó la mirada en el rostro esplendoroso del ángel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de Nuestro Señor,
donde reina la alegría y la bienaventuranza.
                                              Hans Christian Andersen

Las bienaventuranzas son ocho declaraciones de bendición dichas por Jesús al principio del Sermón del Monte (Mateo 5:3-12). Cada una comienza con la frase Bienaventurados los. . . Está en discusión cuántas bienaventuranzas hay con exactitud. Algunos hablan de siete, nueve o diez bienaventuranzas, pero el número parece ser de ocho (los versos 10-12 de Mateo 5 son una bienaventuranza).

La palabra griega traducida como benditos (o bienaventurados) significa bienestar espiritual y prosperidad. Es una palabra que se refiere al profundo gozo del alma. Aquellos que experimentan la primera parte de una bienaventuranza (pobreza, llanto, mansedumbre, hambre y sed de justicia, misericordia, pureza, pacificadores, y persecución), también experimentarán la segunda parte de la bienaventuranza (el reino de los cielos, consuelo, la tierra por heredad, saciedad, misericordia, ver a Dios, ser llamados hijos de Dios, y ser herederos del reino de los cielos). Los bienaventurados tienen participación en la salvación y entrada al reino de Dios, experimentando un anticipo del cielo. Otra posible interpretación de cada bienaventuranza es una exclamación de Oh, cuán felices [o santos] de. . .

Las bienaventuranzas describen al discípulo ideal y sus recompensas, tanto presentes como futuras. La persona a quien Jesús describe en este pasaje, tiene una cualidad de carácter y estilo de vida diferente de aquellos que aún están fuera del reino. Como forma literaria, las bienaventuranzas también se encuentran en el Antiguo Testamento, especialmente en Salmos 1:1; 34:8; 65:4; 128:1, y en otras partes del Nuevo Testamento (Juan 20:29; 14:22; Santiago 1:12; Apocalipsis 14:13).